La lucha por la vida de dos perros abandonados
Una pareja acoge a dos perros que estuvieron a punto de morir y ya casi están recuperados
Misae e Hiroshi ya conocen perfectamente las dos caras de la moneda. Sus primeros años de vida fueron un infierno. Estaban encerrados, junto con otro perro, en un espacio minúsculo en el campo de Tarragona. Desatendidos, sucios, delgados, enfermos … abandonados. Un ciclista que pasaba por allí en pleno mes de agosto del año pasado, oyó como lloraban y se detuvo. Vió que los llantos venían de una especie de pozo subterráneo y tapiado con una plancha de hierro. Avisó a los Mossos de Esquadra y, cuando se presentaron, rompieron el candado y se encontraron tres perros en muy malas condiciones. Uno de ellos ya estaba muerto, los otros dos supervivientes literalmente eran piel y huesos, extremadamente sucios y asustados, en un espacio tan oscuro y pequeño que ni veían la luz del sol ni podían moverse mucho.
Los dos supervivientes se trasladaron a una protectora de la zona que les puso un nombre para la nueva vida que apenas comenzaba: Hiroshi y Misae. El equipo de la protectora sabía que se trataba de dos casos extremos en un estado más que lamentable, físicamente deshechos y anímicamente anulados con muy pocas esperanzas de supervivencia. Pero siguieron luchando para sacarlos adelante: analíticas, medicación, inyecciones, curas de todas las heridas… Misae e Hiroshi también decidieron seguir luchando e intentar tirar adelante.
Una voluntaria de la protectora, Mónica, comenzó a pasear fuera del recinto con Misae, una perra esquelética y que caminaba usando sólo tres patas. La pata derecha trasera estaba rota y se soldó mal en la cadera. «No íbamos demasiado lejos, pero ella siempre estaba dispuesta. A medio camino parábamos y le daba un poco de comida… y volvía a su patio. Allí estaba su compañero Hiroshi que no se dejaba coger», recuerda Mónica. Un día, cuando ya hacía unos meses que salían a pasear ambas, Mónica vio como Hiroshi alzaba y movía la cola. Una única vez. Sólo duró un segundo pero la pista era clara: «Me estaba diciendo: ‘quiero salir», explica Mónica. A partir de ese día, comenzó a sacar los dos perros, en dos turnos. «Él iba un poco más lento». Seguramente se trataba de un perro que había sido grande y fuerte, pero que ahora estaba mermado a la mínima expresión, marcando todos los huesos y con el pelo deslucido y pobre. «Tenía un andar resignado y triste, con la cabeza baja y la mirada en el suelo. Todas las fuerzas que le quedaban las utilizaba para mantenerse con vida», dice Mónica. Otra pareja, que visitaba la protectora con sus dos hijos, también sacaban a pasear por el patio de la enfermería a los dos perros, que a pesar de las nuevas atenciones, no acababan de ganar peso.
Mónica y su compañero decidieron llevárselos a casa. A ambos porque parecían inseparables. La Protectora les hizo el contrato de acogida, les dieron las instrucciones y medicación para seguir el tratamiento en casa. La pareja adoptante debía hacerse cargo de la comida. Los primeros meses fueron complicados porque costó encontrar un pienso que les fuera bien. Comían muy poco. A pesar de ser unos perros acostumbrados a vivir en el exterior, sabían que tenían que hacer sus necesidades en la calle y se comportaban siempre con educación y respeto por todo, como si hubieran vivido en un piso toda la vida.
Los dos perros se encuentran bajo tutela judicial, por lo que hay que tener una autorización para poder operarlos. «Esta situación lo dificulta y ralentiza todo», se queja Mónica. Además, es la protectora la que debe hacerse de todos los gastos, sin ninguna ayuda de la administración. La medicación, las pruebas o las intervenciones que han tenido que hacer tanto a Misae como a Hiroshi son muchísimas y, al final, Mónica y su pareja también se están haciendo cargo ya que la protectora no puede afrontarlo. Y aún quedan muchas intervenciones pendientes.
Poco a poco, con una mejor alimentación, con cariño y con paseos por la montaña, Misae y su hermano Hiroshi comenzaron a ganar peso y pasaron «de no moverse, a hacer el ventilador con la cola». En un solo mes la mejora era espectacular. Con el paso del tiempo, según explica Mónica, «comenzaron a mostrar efecto, dar volteretas y jugar». Hiroshi ha engordado 25 kilos y Misae 15. Ambos siguen resistiendo, con la ayuda de todas las buenas personas que se han ido encontrando en esta nueva etapa de su vida. Como casa de acogida, quieren agradecer la solidaridad de amigas de lucha que han colaborado económicamente y de amigos que han estado desde el inicio dispuestos a dar una ayuda.
A los dos perros, que por fin han conocido la otra cara de la moneda, la de la bondad, también les queda pendiente resistir y seguir luchando. Pero a los protagonistas de esta historia les ha costado mucho llegar hasta aquí y nadie se plantea rendirse.
Fotos de Hiroshi y Misae en la actualidad (12/05/2020)