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Con esfuerzo propio

Soy voluntaria de una asociación que ayuda a los gatos de la calle en una pequeña ciudad catalana. El pasado agosto encontramos en la colonia que alimento a dos bebés con los ojos en muy mal estado. Una de ellas se replegaba retrocediendo ante los sonidos bajo las ramas de un pino. La otra miraba al vacío refugiada bajo la rueda de un coche. Lucero y Serena tendrían unas tres semanas, y parecían hermanas. Las pequeñas estaban además muy delgadas, y llenas de parásitos internos y externos. Era evidente que necesitaban tratamiento urgente y que no iban a sobrevivir en la calle. La asociación no dispone de refugio donde poderles prestar cuidado, así que no cabían otras soluciones que girar la cara y abandonarlas a su suerte, o bien metérnoslas en un bolsillo y que se vinieran en acogida a nuestro domicilio particular.

La mamá de estas pequeñas es una de las hembras  ferales que quedaron este año sin esterilizar. La asociación no pudo llegar a tiempo de evitar la camada porque no disponía de suficientes recursos económicos ni humanos para hacer la captura y la esterilización. El gran drama de los hijos de las gatas no esterilizadas es que la mayoría acaban condenados a una muerte en la calle dolorosa, lenta e invisible. Lucero y Serena forman parte del escaso porcentaje que logra salir adelante gracias al esfuerzo de personas y entidades que continúan trabajando pese a no ser vistas ni escuchadas por las Administraciones. Las pequeñas han necesitado curas de ojos, medicinas, biberones (con horarios diurnos y nocturnos), con la dedicación que requieren dos bebés enfermos y el cariño que demandan dos seres indefensos que sufren y no entienden qué les está pasando.

Ahora son dos gatas fuertes y alegres, capaces de hacer vida normal en un entorno controlado. Lucero y Serena son portavoces del drama de las asociaciones y voluntarios que sufren una casi total falta de apoyo de sus ayuntamientos, que quedan al margen de subvenciones cuantiosas y reciben escaso o nulo refuerzo institucional para sus iniciativas. Se trabaja  en silencio y sin ayuda. Nuestros rescates se salen de la “obligación legal” marcada por un convenio, y se convierten en  un acto ético desesperado  del que no se habla en ningún diario. 

Blanca Muñoz Ortillés

Voluntaria de Progat Tortosa