Adiós Treski!
Le he puesto queso fresco. En condiciones normales se lo tragaría sin ni siquiera masticarlo… pero apenas lo ha tocado. Lo ha olido un poco y ha vuelto a su cama, donde reposa tranquilo. Es como si estuviera esperando. Ha perdido cinco kilos en poco tiempo y algo no funciona bien en su organismo. Parece que es el riñón. Su mirada ha cambiado. Y su olor. Se está muriendo.
Dice el veterinario, el amigo veterinario, que no está sufriendo. He entendido que es como si estuviera desvariando, como si ya no fuera consciente. En menos de 48 horas lo dormiremos y lo sacrificaremos. Tiene 16 años. Mañana se lo contaré a mis hijas. Así se podrán despedir de Treski y, de paso, se irán familiarizando con la muerte. Sé que fliparán igual que yo estoy flipando desde que el veterinario, el amigo veterinario, me ha dicho que Treski «ya no mejorará hagamos lo que hagamos».
Lo recogimos de una perrera en 2003 en Carcasona. Fui con mi pareja a visitar castillos y volvimos con un cachorro de dos meses. En la perrera, estaban saturados y decían que tenían que sacrificar perros y gatos. Cuando mi pareja y yo vimos aquella bola de pelo que no paraba de besarnos sentimos un impulso y a la mierda los castillos, los cátaros y la tapicería del coche que mi madre me había dejado para ir de excursión! Hicimos exactamente lo que todo el mundo dice que no se debe hacer: asumir la responsabilidad que conlleva tener un perro sin haberlo meditado lo suficiente. Después de 16 años, sin embargo, tengo claro que ha valido la pena. Hicimos bien.
De vez en cuando se levanta y vuelve a oler el queso. Pero no hay manera.
Se me hace extraño exponer los sentimientos por un perro. Ahora mismo, en nuestras ciudades hay niños completamente desamparados. En nuestros mares hay gente muriendo continuamente y yo lloro por un perro. Pero es que no es un perro. Es MI perro. Este posesivo se queda corto. También tengo a mi familia, pero son (o serán) personas autónomas con la capacidad de ser independientes. Treski no. Treski es MÍO y no conoce a otro dueño. De hecho tenemos otro perro, Mandeli, pero no es lo mismo. Treski ha sido mi primer perro y se ha hecho querer como ningún otro, creedme. No conoce ningún resquicio a la palabra fidelidad. Es sólo un perro, ya lo sé. Pero nunca ningún ser vivo llevará tan lejos el concepto de la fidelidad. Hubiera dado la vida por mí si hubiera sido necesario… A ver, para ser honesto, tengo que reconocer que la única vez que me tuvo que proteger, cuando un hombre de madrugada se coló en casa por la ventana con un cuchillo en la mano, Treski optó por mover la cola y parecía que le invitara a jugar… Pero es evidente que si aquel maldito malnacido me hubiera puesto un mano encima, la cosa habría cambiado. Parece una tontería, pero supongo que hay algo animal, algo relacionado con nuestro instinto de supervivencia que provoca que nos entreguemos ciegamente cuando percibimos esa fidelidad. También ha sido gracias a él que, hace cinco años, inicié este proyecto, Animalados, para intentar fomentar el bienestar animal.
Al final se ha levantado Mandeli y se ha comido el queso. Me voy a dormir.
Esta mañana he alargado la ducha hasta aburrirme. Tenía miedo de ir a despertarlo. Tenía miedo de verlo tumbado y dudar de si duerme o ya se ha muerto. Pero aún está vivo. Gira la cabeza y me mira. No mueve ni la cola. «Buenos días Treski, guapo!». De hecho es un milagro que siga vivo, con la vida que ha llevado. Intenta tu cruzar los diez carriles de la avenida Meridiana en rojo dos veces y a ver si lo puedes contar. Aquel día Treski, joven y fuerte, perseguía una hembra en celo que una mujer había llevado hasta la explanada donde varios dejábamos los perros sueltos… el primer autobús casi se lo lleva por delante. A mí se me paró el corazón. Me quedé inmóvil viendo como arriesgaba la vida por un polvo que, además, acabaría frustrado… La madre que te parió Treski.
La noche antes de la eutanasia ha comido un yogur. No lo ha vomitado. Bien. Las niñas se han despedido de él. «Pero papa si el veterinario le va a ayudar a morir, no lo lleves y ya está. Seguirá vivo «, me ha dicho la mayor. ¿Qué le dices al perro cuando sabes que le quedan pocas horas de vida? ¿Qué le dices cuando sabes, además, que eres tú quien ha tomado la decisión y quién lo llevará hasta la muerte? A mí sólo se me ha ocurrido recordarle que durante todos estos años, le he ido repitiendo que estaría con él hasta el final. Que nunca lo abandonaría. Que siempre estaríamos juntos. Y que el final ya ha llegado. Que es hoy. Hoy termina todo.
Muchas personas han conocido a Treski que hace 16 años adopté con Laia. Y también son muchas las que lo han tenido en su casa haciendo de canguros. Sólo en Roma, ha estado en casa de Neno, Darío, Vero, Fiorenzo, Paola … En Barcelona los canguros han sido incontables: Montse de la Meridiana, Laura de les Monges, Olga, Gemma, Guillem, Carla, Salva y también Josep Maria, ay, Josep Maria, que le daba jamón «del bueno».
Tonyo, que le enseñó a hacer volteretas al grito de «croqueta» y toda ‘la Font’. Mi hermano, mi padre, Encarna, y también mi madre y Robert en el Matarraña, donde ha llegado a comer rape… Josefina , que lo cuidaba como un hijo… y mis suegros. También Júlia, que lo aceptó como un apéndice mío. Y finalmente Marié, las niñas, y el mismo Mandeli con quien sigo adelante en esta nueva fase que ahora comienza: la vida sin Treski. Lo hemos disfrutado y ha sido un placer. Adiós guapo!
Jordi Mumbrú
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