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«El hombre es el animal más peligroso»

«Nunca podremos preservar todas las cosas buenas de la humanidad sin proteger también las cosas buenas pero no humanas: lo salvaje.» H.D. Thoreau

 

Nos encontramos con Tippi Degré después del visionado del documental El viaje de Unai proyectado en CosmoCaixa en motivo del Festival de Cine de Medio Ambiente. El film nos cuenta la preciosa experiencia que viven Unai, un niño de 9 años, y su familia al recorrer el mundo fotografiando animales.
Tippi, la responsable del Petit FICMA y cuya infancia transcurrió en Namibia, rodeada de naturaleza, se emociona al ver estas imágenes. La hacen regresar al lado de Abu, su amigo elefante, J&B ,el leopardo, y sus otros compañeros de aventuras. Y es que Tippi no sólo lleva África en el corazón, sino en su propio nombre. «Okanti» su segundo apelativo significa mangosta.
Ella no tenía una granja en África, como Isaak Dinesen, pero tuvo algo más importante: su infancia.

 

 Despues de ver la peli de Unai, ¿cómo te sientes?

 Me he enamorado del niño (ríe). Me he emocionado mucho, sobre todo viendo la relación que tiene con su hermana y la armonía que desprendía la familia, fuera el lugar que fuera en el que se encontrasen. Creo que Unai es un espíritu libre, como yo.

Yo era hija única, no pude compartir con otro hermano lo vivido. Al ver estas imágenes siento nostalgia. Sobre todo al recordar a mi padre, al que perdí en agosto.

El documental de Unai me da esperanza, al ver que otros niños disfrutan lo mismo que yo disfruté al conocer este tipo de vida. No soy la única: con él hay otro ejemplo a mostrar.

En el caso de Unai, vemos como él parte de occidente para ir a conocer otros países, culturas… De la «ciudad» hacia lo «salvaje». En tu caso es diferente, naciste en Namibia, rodeada de naturaleza y a los 10 años os trasladasteis a París…

El caso de Unai nos permite ver lo fácil que es para los niños adaptarse a la vida real, no existir por existir, sino vivir realmente la vida. Si hay amor, puedes hacerlo todo. La vida que ellos viven durante el viaje es como deberíamos vivir, la vida normal que deberíamos tener. Lo contrario es lo que no es normal.

Mi esperanza es que las futuras generaciones no deban escoger una cosa o la otra, sino que puedan conocer ambas, vivir ambas, amar ambas.

Quizá no deberíamos hablar de «cambiar» el mundo sino transformarlo, adaptarlo. Que pudieras combinar ambos mundos. No todo lo que nos ofrecen las ciudades es malo. Espero que se desarrolle el conocimiento suficiente para hacer compatibles ambas realidades en nuestro día a día. La ciudad nos aporta encuentros maravillosos entre los humanos y la naturaleza te hace ser quien realmente eres, aportándote paz y sabiduría.

Deberíamos ser una generación híbrida.

¿Cómo lo has hecho tú? ¿Cómo ha sido tu adaptación?

He luchado y sufrido mucho. Tampoco tuve elección. Volver ahora a tener ese tipo de vida libre sería un lujo, así que no he tenido más remedio que adaptarme a mis actuales circunstancias . Tenía que estudiar y empezar mi vida «normal» de adolescente.

Podría haber tenido esa vida ahí mismo, pero al separarse mis padres todo cambió. Así que no tuve otra opción. Si la hubiese tenido quizá me hubiera quedado allí.

Por otro lado estoy orgullosa de haber entendido los dos mundos y de poder tener esa visión más abierta y en modo «zoom out» de la situación. Agradecida también de haber podido tener esta vida y conocer todo lo que he conocido.

Debemos entender que no estamos solos y debemos dejar espacio para los otros: humanos, animales, plantas… todos los seres vivos y las criaturas del cosmos. Debemos convivir unidos.

A mi modo de verte, creo que eres como una embajadora de la naturaleza, de lo que queda de ella, pero que esta posición te ha convertido en parte en prisionera… Tienes ganas de volver a tener esa vida, pero sabes que aquí puedes defender mejor el mundo natural, tienes un objetivo…

Si ahora decidiese volver a Namibia yo sola, no serviría de mucho. Prefiero utilizar esa niña que fui y lo que viví para defender aquello que es más grande que yo. El objetivo es más importante que yo misma.

Mi intención es sensibilizar, ser parte de algo más grande. Crear mi propia fundación. Y transmitir este amor por la vida en general. Ir más allá. Más allá de la rabia y la pena, y sacar provecho de lo que aprendí.

Sí que es verdad que a veces sientes rabia y frustración, pero debes confiar y seguir luchando y creer que los humanos podemos cambiar, evolucionar. Aunque sepas que ese cambio puede llegar cuando tú ya no estés.

Todos tenemos un propósito que nos hace diferentes de los demás. Puedes hacer grandes cosas desde tus pequeñas acciones, siendo sincero y siendo tú mismo.

Hablando de comunicar… ¿Cómo lo hiciste para aprender a «comunicarte» con los niños de tu edad cuando volviste a París? Estabas acostumbrada a otro tipo de comunicación mucho más directa y sincera, con tu familia y tus animales…

Me sentí como una extraterrestre, pero como soy muy sociable lo manejé. Aunque había muchas cosas que no entendía, sobre todo la maldad de la gente. La poca coherencia de la personas. Supongo que es lo mismo para todos en el fondo, cuando cambiamos de ambiente.

Debes aprender a fiarte de tu instinto y también entender que no todo es blanco o negro. Lo importante es poder encontrar tu lugar en el mundo. Yo sufrí, y sufro mucho, porque no encontraba donde pertenecía o qué quería.

Dejas Namibia a los 10 años. Perdiste tu hogar y tu infancia en el mismo momento…

 No tuve tiempo de decir adiós. Todo fue demasiado rápido. No tuve mi tiempo de duelo por esa vida perdida. De hecho no he vuelto a sentir esa conexión que tuve con la naturaleza.

En ese momento perdí mi vida, no sabía quien era, no me ubicaba. Los otros niños no podían comprender bien mi situación, así que fui yo la que se adaptó. Cuando te enfrentas a tu lado más oscuro, a tus miedos, es cuando mejor puedes conocerte y saber también qué quieres hacer o qué no quieres hacer, lo que es realmente más fácil. Tambien sentir, ya no geográficamente sino más espiritualmente donde perteneces.

Cuando eres niño sigues tu instinto, vives el presente. Al crecer y mirar hacia atrás, al ser consciente de tu pasado, luchas contra tus miedos. Lo que viví fue un sueño, un sueño que terminó y nunca podré volver a vivirlo. Aunque volviera, yo soy diferente, el país es diferente, todo ha cambiado.

Pero volviste…

Si, unos años más tarde. Por trabajo. Pero no fue lo mismo. Quiero volver pero todavía no es el momento. Incluso te diría que tendría que ser un viaje que realizara sola.

Durante muchos años fui una persona muy negativa. De hecho, corté toda relación con la naturaleza, probablemente para evitarme el dolor, no podía encontrar el término medio, aunque estuviera en el campo.

Tenías un vínculo de amistad con tus animales. Estas relaciones eran únicas. No era sólo no estar con animales sino que perdiste a tus amigos…

Si, la relación con ellos es lo que perdí. Aunque he podido aprender a ver lo interesante en todas las especies. Una vaca no es menos interesante que un león, cada uno tiene su propia personalidad. Pero sí es verdad que ese tipo de relación que tuve con ellos no se ha vuelto a repetir. Es como con los humanos: puedes conocer muchos pero solo tener unos pocos amigos.

Ahora vivo en un apartamento en París, donde convivo con mis periquitos, aunque no me siento orgullosa de tenerlos en jaulas. Me encantaría convivir con un perro pero es muy difícil en mi ciudad. Si tengo la ocasión me encantaría residir en Barcelona, es una ciudad que me encanta y en la que me siento segura y cómoda. Creo que tiene cosas que me gustan mucho más que Francia. Sois mucho más empáticos, amables, sociables.

Hablando de ciudades, supongo que cuando regresaste de África a París, debiste sentirte como cuando un parisino va a África, ¿no? En el sentido en que lo que nosotros vemos peligroso para ti era lo normal…

(Ríe) Sí, totalmente, como cuando los aborígenes pisan la ciudad que dicen: «¡Estáis todos locos»! Ves los árboles metidos en cemento y piensas «¿qué es esto?»

¿Y a nivel higiénico?

La ciudad me parece muy sucia, soy muy maniática con los olores. Me encanta poder oler y en las ciudades esta posibilidad no existe. Quieres oir pájaros… Echo de menos ver el cielo… Me siento atrapada en el apartamento. Las calles me parecen tan estrechas… Debería ir más a los parques pero no hay tantos como aquí. De hecho, como te contaba, me encantaría vivir con un perro en mi ciudad pero, ¡¡¡están prohibidos en todas partes!!!

¿Cómo llevas la concepción del tiempo europea? El estar pendiente de unos horarios, de una agenda…

Me paso el día estresada. No por vivir en París, que ya es mi ciudad, sino más por el ritmo de vida. Me cansa y no es bueno para la mente. Algunas veces me rebelo. También me agota el hecho de tener que estar pendiente de estar bien con la gente. Soy muy sensible y me he sentido muy angustiada por intentar estar bien con todo el mundo. Cuando tienes este nivel de empatía es difícil lidiar con el resto de humanos. Pero debes aprender a moverte entre ellos, entre las personas peligrosas, como hice en mi tierra natal con los animales.

Tampoco creo que haya personas malvadas de nacimiento, es el miedo y el sufrimiento lo que las transforma. Estoy aprendiendo todavía a conocer al ser humano. Procuro no juzgar rápidamente y ver que no siempre tengo razón y que puede ser que me equivoque y sea yo la que deba rectificar.

La vida es esto, aprender, moverse, descubrir, equivocarse. He vivido muchas cosas en muy poco tiempo. A veces tengo la impresión de haberlo vivido todo, pero no es así.

Quizás ahora estamos aprendiendo, descubriendo en cierta manera, que los seres humanos no somos el centro del mundo, que somos un todo y no hay figuras más importantes que otras…

Correcto, estamos aprendiendo a tener en cuenta a todos los demás.

El Petit FICMA te permite estar en contacto con el mundo de los niños…

Sí, es muy especial. Los niños lo ponen todo al mismo nivel, no hay diferencias entre ellos y los animales, no hay superiores ni inferiores. Son más espontáneos, sinceros. Cuando creces, todo cambia: chocas con tu ego y los otros egos.

Los animales esto no lo tienen, pueden ser agresivos pero no malvados. En ellos puedes confiar, a diferencia de los humanos. Lo que al mismo tiempo te transforma a ti mismo, tienes miedo, quieres controlarlo todo.

Lo bueno de Petit FICMA es que es una actividad familiar, nos acercamos a los niños y a sus padres. Es un cambio que viven conjuntamente, desde el corazón.

¿Para ti es el humano la especie animal más difícil de conocer y de tratar?

 (Ríe) ¡Sí, es la más peligrosa! El ser humano es una especie con mucho miedo y eso le lleva a tener conductas muy peligrosas.

¿Cómo comunicas el amor hacia los animales? Sobre todo cuando intentamos visualizar los maltratos más comunes, como los que sufren los animales destinados al consumo…

Procuro no señalar a nadie. Intento ponerme en su piel y entender por qué están actuando como lo están haciendo. La mayoría de las veces suele ser falta de información. Así que nosotros, como mis compañeros de FICMA, debemos ser los mensajeros, los que transmitimos y enseñamos las realidades que desconocen otros.

El mensaje es importante pero lo que debemos intentar es que cale, llegue y se quede. La clave está en cómo transmitimos este mensaje para que perdure.

¿Cuáles son tus proyectos ahora?

Participo en diferentes asociaciones, según voy conociendo a gente y vamos trabajando juntos. Junto a otros compañeros he fundado AWA Animals, un proyecto educativo que pretende, vía las imágenes, concienciar sobre la sostenibilidad de nuestro planeta. También soy miembor de TAAC (The Animal Alliance Channel).

Estudié Cine y Audiovisuales, donde me especialicé en la parte técnica y luego he realizado más formaciones en diseño web. Creo que la clave de la comunicación se encuentra hoy en comunicar bien desde internet. Espero poder realizar documentales, pero todavía estoy preparándome. También quiero crear mi propia fundación. Debo encontrar mi momento y mis fuerzas. Es todo un proceso.

Mi vida de niña fue un regalo precioso y creo que de alguna manera el sufrimiento de perderla ha sido el precio a pagar por haberla vivido. Debo superar esa etapa y ver que el regalo que me hicieron mis padres lo puedo utilizar a mi favor para crear algo más grande.

Es el mensaje lo que quiero transmitir, no vender mi vida ni mi imagen. Lo que ellos me dieron, ese pasado en África, es lo que quiero utilizar para construir mi futuro. No me interesa que me conozcan a mí, sino lo que quiero explicar. Sólo así podré ayudar a crear ese futuro que una y respete ambos mundos.

 

Sílvia Esteve

No es un cerdo, ni un supercerdo: es Okja

 

«Quizás llegue el día en que el resto de los animales adquieran los derechos de los que nunca pudieron ser privados excepto por la mano de la tiranía.» Jeremy Bentham

 

A aquellos a quienes no han llegado los documentales, que no se han sentido apelados por los millones de imágenes que inundan las redes sociales de maltrato y muerte, que dicen «no me lo cuentes, no quiero saberlo», o esto no quiero verlo. A ellos, a muchos de ellos, Okja les ha puesto delante, y sin que lo vieran venir, la cruda realidad. Cruda por impactante y sin edulcorantes, y cruda porque su protagonista, Okja, es un supercerdo vivo, no cocinado, no convertido en chuletas ni salchichas.

Bong Joon-ho ha sido capaz de revelar lo oculto, lo disfrazado y maquillado por la industria cárnica, gracias al arte. Gracias a la ficción. Bong Joon-ho, como los libros de Roger Olmos, están cambiando las historias para niños. Ni el lobo es el malo, ni el gato el traidor, ni las vacas dan leche apaciblemente y de la nada.

A la industria cárnica se le está acabando el cuento. Por muchos colorines con los que quieran pintar sus campañas publicitarias.

Ambos autores recurren para ello también a la infancia. Y la infancia en femenino. Tanto Okja como Amigos nos presentan a las nuevas heroínas: las niñas. Ellas no tienen superpoderes. No pueden volar, ni congelar el agua. Su poder, su fuerza, es su capacidad para amar, para no dejarse influenciar por el mundo ya gris y falso de los adultos.

Ese mundo que ya no juega, que ya no ve, ese mundo que ama más el verde de los billetes que el de los árboles. Que prefiere una figurita de un cerdo de oro a uno de verdad. Ese mundo que tiene precio pero no valor.

¡Cuánto perdimos cuando te perdimos, infancia!

Pero no sólo es mujer Mija, nuestra niña, también Okja, símbolo de la explotación de los animales, de las mujeres, y de ambas. Vendidas, intercambiadas, violadas, explotadas. Apartadas de sus hijos. Convertidas en productos.

Y mujer tambén es su explotadora principal, Lucy Mirando. La empresaria sin escrúpulos, que es capaz de venderse a ella misma y de tiranizar a las de su propio género.

Valiente el film del director coreano, que nos va poniendo sobre la mesa un plato de barbaridades tras otro. En un menú que se atraganta al que se reconoce partícipe de su elaboración.

No ha sido una cámara en un matadero, no han sido imágenes en vivo y en directo, lo que nos ha traído Bong Joon-ho. El director no ha necesitado esta crudeza para hacernos ver lo real. La genialidad de Joon-ho y su film es que nos ha hecho entrar a nosotros mismos, nos ha hecho ver a través de los ojos de un animal lo que le ocurre, lo que les hacen. Nos ha puesto en la piel de Okja, en la piel de los millones y millones de animales no humanos que pasan por estos lugares cada día, cada segundo.

Hemos acompañado a Okja, como acompañaríamos a un prisionero humano, siendo conscientes de que su sufrimiento es igual al nuestro.

Bong Joon-ho y todo su equipo han lanzado el ataque más fuerte en años a la industria cárnica y ganadera con un arma contra la que no tienen escudo: el amor, la empatía, la comprensión.

Y no solo Bong Joon-ho sino la misma Netflix, gracias a su plataforma de distribución digital a domicilio, ha hecho posible que haya entrado directo a nuestros hogares, a nuestros dispositivos electrónicos.

Si has conocido a Okja, si te has enamorado de ella, y has llorado a su lado, atrévete ahora a conocer las historias de sus congéneres, que no son seres anónimos ni simples, que no son números ni sólo carne. Atrévete a conocer a aquellos de quienes, en palabras de la magnate Mirando, «se come todo, menos sus gritos».

 

Sílvia Esteve

Okja dirigida por Bong Joon-ho

ARTivistas

 

«En un mundo más antiguo y más completo que el nuestro se movían acabados y enteros, dotados con sentidos que nosotros jamás hemos perdido ni logrado, y viven escuchando voces que nosotros nunca oiremos. No son paganos ni subhumanos; son otras naciones, y conviven atrapados en el mismo tiempo y espacio con nosotros, prisioneros del esplendor y de la labor de la tierra.» Henry Beston, The Outermost House, 1929

 

Si una vez el arte, pintado en las más oscuras cavernas de nuestros antepasados, imploró a los dioses su benevolencia y sus regalos para los humanos, hoy, en la exposición «El Venadito», el arte interpela a los propios humanos, convertidos en falsos dioses, para implorar su benevolencia hacia las otras criaturas.

Esa es la intención de los más de 40 artistas que exponen en la muestra bajo el comisariado de Montserrat Pérez, artista y activista y fundadora del espacio siNesteSia.

Como en la edición anterior, la muestra pretende visualizar la importancia de la labor de las entidades de protección de la naturaleza, en este caso Depana. Con la exposición no solo se pretende remover las conciencias, sino también procurar que tanto los artistas como las entidades animalistas puedan recibir una ayuda económica para proseguir con su labor. El 80% del precio de las obras se destina al autor y el 20% a Depana, aunque hay casos en los que el mismo autor cede el 100% de lo recaudado a la entidad, como es el caso del artista invitado Guido Daniele y sus «Handnimals».

Guido Daniele «Handnimals»

Tristemente parece que «su salvación está en nuestras manos» comenta Montse Pérez ante la obra de Guido. Está en nuestras manos, porque en ellas ha estado y está también su destrucción. «No quiero que el público salga derrotado, sino creyendo que puede aportar algo, que puede ayudar», prosigue Montserrat. Por ello, «El Venadito» no muestra imágenes crudas ni explícitas, sino que busca mediante la creación y el ingenio, hacernos ver lo que no queremos ver. Dotar de color y textura lo invisible o lo perversamente oculto.

Beren Arredondo «Animalium»

Beren Arredondo, con su impresionante colección de fotomontajes, nos habla de esta invisibilidad «tratando de jugar con el paisaje y la huella de la desaparición de estos animales y su entorno». Su propuesta es una reflexión artística magnífica. No sólo nos habla de los animales en concreto, sino que alude a su hogar, su hábitat. Los ojos de esta águila nos miran, nos interpelan, nos preguntan decepcionados «¿no me ves?». El ser humano, por eso, no entiende demasiado bien que es «ver». De ahí su nefasta afición a coleccionar animales en jaulas, zoos, acuarios. Quieren verlos al instante, frente a ellos, rápido. Ver animales sumisos, cautivos, en un recinto con un cartel que diga su nombre. Animales cautivos, por su belleza y nuestra ambición. Cautivos de nuestro egoísmo y ceguera. No verás al águila si no ves su montaña, su bosque, su libertad.

Bianca Yespica «Máscara de gas»

«Hemos creado una guerra contra la naturaleza» nos explica en su cartela Bianca Yespica y dibuja magistralmente un ciervo con máscara de gas. Los intoxicamos, los perseguimos, los acorralamos. Convirtiendo al amigo en enemigo, en una guerra donde solo gana la muerte, la tristeza, la soledad, el miedo. Charles Darwin se sorprendía al llegar a los Galápagos y observar que aquellos animales no nos temían. «No temen al hombre» se maravillaba. Terrible afirmación, que coloca al humano en el bando de los monstruos, de lo temible, de lo oscuro. En el bando del enemigo.

María Isabel Uribe «Reunión»

Este enemigo que me consume, metafórica y literalmente. Que me hacina y me usa. Que ni siquiera quiere conocerme. Que me numera y me contabiliza. Que me convierte en cosa, en producto, en código de barras. Si este enemigo lee la diminuta pieza de María Isabel Uribe, que condensa y comprime toda la anulación a la que sometemos a nuestros compañeros de planeta, espero que reaccione y actúe.

Si el arte tiene hoy una misión, una razón de ser, es la de interpelarnos, revolvernos por dentro, hacernos reaccionar. Mira a través de Él, que sea cristal y espejo. Mira a través y VE al otro. Refléjate y mírate a ti mismo. Entonces, espero, verás al águila en su montaña y sabrás quién es y sabrás y sentirás que debe seguir siendo.

 

Podréis visitar «El Venadito» y participar de sus actividades paralelas hasta el 20 de mayo en el centro cultural La Farinera del Clot. ¡Os reto también a encontrar la obra solidaria que he realizado para la muestra! 

Nota: Obra de la portada: Autora: Esperança Deltell

 

Artículo de Silvia Esteve

Respondiendo a la llamada del planeta

 

«Hemos alcanzado los océanos más profundos y las montañas más elevadas. Hemos llegado a la Luna y nuestros artefactos han abandonado incluso el sistema solar. Apenas quedan rincones en los que no sea perceptible la huella humana.
Aparentemente, hemos triunfado. Sin embargo, en el camino hemos descuidado nuestro tesoro más valioso: el sentido de conexión, de participación en el cosmos que nos rodea y del que formamos parte.» Antxon Olabe Egaña, Crisis climática-ambiental, la hora de la responsabilidad, pág. 263. Editado por Galaxia Gutenberg

 

Antxon Olabe Egaña, especializado en Economía ambiental por la Universidad de York y colaborador del diario El País, nos trae con su Crisis climática-ambiental, la hora de la responsabilidad una obra que permite al lector conocer tanto la historia de dicha crisis, como sus posibles soluciones.

Lograr esto en poco más de 250 páginas tiene mucho mérito. Parte de este logro consiste en la excelente estructuración del mismo: una primera parte en la que sintetiza la historia de Homo Sapiens; a continuación, nos expone la situación y evolución de la crisis ambiental; y, por último, pero no por ello menos importante, Antxon nos ofrece las posibles soluciones al terrible panorama actual.

Dicen que el hombre tropieza siempre con la misma piedra. A mi modo de ver, esta piedra no deja de ser su ambición, su orgullo y su egoísmo. ¿Pero cuántos tropezones le faltan para caer y ya no levantarse? Viendo el estado de la situación muy pocos.

Como veremos en la primera parte de la obra, nunca ha habido una época dorada de la relación ser humano-entorno. Sí ha habido culturas que han mantenido vínculos más respetuosos y cercanos con la naturaleza, y, de hecho, las tribus o colectividades que han llegado a nuestros días con estilos de vida casi paleolíticos lo han podido hacer gracias a esta visión de comunión con el entorno. Pero como podemos observar con nuestros propios ojos, no fue ésta la tónica general.

Homo Sapiens se expandió por todo el planeta, y se lo apropió, como defiende Olabe.

Quizá si alguien nos hubiese hecho apostar por cuál sería la especie dominante, nadie hubiese dado un euro por ese primate larguirucho. Quizás hubiésemos pensado en la fuerza del león, la inteligencia de las ballenas, la astucia de ciertas aves… Pero no. Fue la especie con menos capacidades extraordinarias, salvo su inteligencia, pero con más capacidad para imitar y tomar del entorno aquello que necesitaba para su supervivencia, la que se impuso.

No siempre el que se salva del barco que se hunde es el héroe. Suele ser el mezquino, pues no le importa nada llevarse por delante a quien sea para salvar el pellejo.

Homo sapiens se ha llevado por delante a casi todo el planeta.

Siguiendo la obra de Olabe, veremos cómo hemos envenenado el mar, el aire, la tierra. Hemos eliminado del planeta miles de especies. Hemos arrancado los bosques de cuajo. Hemos convertido en moneda lo que no tenía precio. Nos hemos apostado nuestro hogar, y lo que es peor, el hogar de otros miles y millones de seres, a la ruleta. Y el juego pinta mal.

Y, como siempre, hemos abierto la ventana, cuando el fuego entraba ya por la puerta.

Gracias también a esta obra podemos conocer los nombres de los que han alzado la voz para decir basta. Aquellos que han dado su vida, por la VIDA. Se han hecho muchos avances, se han cambiado muchas cosas, pero se ha llegado tan lejos en la destrucción, que sabe a poco.

Es hora de ir más allá, de tomar cartas en el asunto a nivel internacional, de crear organismos capaces de censurar las prácticas destructivas, de parar los pies a los lobbies de las energías fósiles. Es la hora de reclamar los derechos de la naturaleza y de hacerlos valer. Olabe apuesta fuerte por la creación de la Organización Mundial del Medio Ambiente, pero no como organismo consultor, sino como uno con suficiente fuerza como para cambiar realmente el panorama actual.

No solo nos sirve ya la poesía, es hora de luchar con la ley en la mano. Darle voz a la primavera, rendirle justicia a nuestro hogar.

Artículo de Silvia Esteve